Una joven soñadora y un joven soñador traban sus vidas durante un año largo en Apuntes para una despedida. He repetido el adjetivo no porque no encuentre un sinónimo. Lo hago para guardar la máxima fidelidad al texto ya que este repite ese concepto con tal término o con otras variantes. Ella, Maite, aspira a ser actriz. Él, narrador de la historia, no dice su nombre (aunque debemos llamarle Javier, pues datos de autoficción lo identifican con el propio autor) y anhela descubrir los recursos que le permitan sortear sus incertidumbres literarias y lograr una obra plena. Forman una especie de sociedad de socorro mutuo, cada cual dispuesto a aconsejar al otro.
La historia de amor de Maite y Javier no es en sí misma espectacular. No ocurren en ella sucesos posibles y aun previsibles en una relación de pareja. Tampoco es, en mirada panorámica sobre el género novelesco, novedosa, salvo que el autor cuida singularizarla aportando rasgos perfectamente individuales y diferenciadores de los protagonistas. Concurre, eso sí, a la tradición de la novela psicologista en la que se inscribe con personales inquietudes y planteamientos.
Las inquietudes se vuelcan en penetrar en los recovecos de unas almas ateridas por la necesidad de comunicación, por la soledad, por la duda del propio valer, por el temor al fracaso de las expectativas vitales o por la necesidad de desnudar sus más íntimos anhelos. El retrato de estas conciencias angustiadas es magnífico y alcanza máxima temperatura dramática y emocional porque el autor aplica una penetrante imaginación moral a los episodios contradictorios.
Javier Serena lleva a cabo un redondo trabajo de observación de interiores humanos mediante la aleación de caracteres psicológicos que sortean la descripción esquemática. El retrato no presenta buenos y malos sino ese territorio mental oscilante donde la piedad y la ternura confluyen, aunque sea en lucha violenta, con la rabia, la furia y la sinrazón. Evita Serena, además, los efectos proyectivos normales en esta clase de literatura y no puede uno identificarse con ninguno de los protagonistas porque cada uno carga con sus debilidades. No son malos. Tampoco buenos. Cada cual tiene virtudes, también defectos. Por encima de una presentación maniquea se anuda un lazo de sentimientos contradictorios que determinan acciones imprevisibles. La ternura y la crueldad, el desprendimiento y el egoísmo, la razón y la sinrazón navegan en la misma barca de unos corazones arrebatados.
La neutralidad de la mirada es el patrimonio del narrador, pero este refleja la que ha querido mostrar el autor. El buen resultado de esa pareja errante por las angustias de la vida es consecuencia de la óptica narrativa adoptada por Javier Serena. Tiene la novela una apariencia sencilla, pero obedece a un cálculo formal muy pensado en el que participan varios factores diversos. Primero la extensión. Un relato breve, sujeto a las exigencias grandes de la nouvelle, de un centenar de páginas que se concentra al máximo en el núcleo temático y no se concede digresiones descriptivas si no funcionan como sostén del tema. No quiere esto decir que Serena haga una narración unamuniana sino que se limita a presentar descripciones concisas, y muy eficaces, por cierto.
Otro factor básico del relato es el marco espacial, con una minuciosa notación de lugares madrileños —algún café conocido o plazas y calles concretas que responden a la realidad urbana cierta, mas sin aditamentos casticistas ni concesiones costumbristas— que agrega a la anécdota una impresión de realismo y la saca del ensimismamiento.
El tercer factor, quizás el más decisivo, es la escritura. Nada mejor que esa prosa escueta, cuidada al extremo en su laconismo, pero permeable a algunas imágenes, para que la voz del narrador alcance el grado de objetividad requerido por su relato algo doliente de una fallida relación sentimental. No hay ganga ni grasa en la prosa, en el estilo directo, comunicativo y antirretórico del Javier narrador. Ni siquiera claudica de este rigor analítico cuando se adentra en recovecos mentales que podrían propiciar una sintaxis discursiva.
La situación inicial de Apuntes para una despedida y la fluidez del relato que la desarrolla a ritmo sostenido hacen que la novela agarre de entrada y que no pueda soltarse durante el solo puñado de horas que reclama. Alejado de las modas literarias, Javier Serena ha hecho una novela corta redonda. Tiene el justo punto de tensión anecdótica, le acompaña una aquilatada introspección en almas cavilosas y encubre una historia de ideas de regusto existencialista. El triste corolario acerca de la vida se revela, sin pretensiones especulativas y mediante la simple verdad de unos sucesos comunes, en la resignación con que ambos protagonistas aceptan la imposibilidad de alcanzar sus ensoñaciones.
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Autor: Javier Serena. Título: Apuntes para una despedida. Editorial: Almadía. Venta: Todos tus libros.
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