Inicio > Libros > Adelantos editoriales > El corazón y la flecha, por Arturo Pérez-Reverte
El corazón y la flecha, por Arturo Pérez-Reverte

Ilustración de portada: Augusto Ferrer-Dalmau

Arturo Pérez-Reverte realiza en el prólogo de La Flecha Negra un homenaje íntimo y nostálgico a su amigo Javier Marías, enmarcado en el amor compartido por las novelas de aventuras como ésta, que, más allá de su contexto inglés y medieval, encarna valores universales —lealtad, honor, compañerismo— que marcaron a toda una generación de lectores y escritores.

*****

El corazón y la flecha, por Arturo Pérez-Reverte

Esta vez se trata de un homenaje a un buen amigo, hoy desaparecido, así que espero que lo comprendan: aunque sin excesos, me propongo adoptar en este prólogo un tono más bien británico para invitar al lector, como manda la añeja y literaria tradición, a sumergirse gozoso en esta aventura inglesa y medieval que tiene en sus manos, en cuyas páginas reconocerá sin duda las fértiles huellas de Shakespeare, de sir Walter Scott y de las antiguas crónicas medievales.

En cuanto al amigo desaparecido, se trata de Javier Marías. Y esta edición de La Flecha Negra es, en cierto modo, un homenaje a él y su añorada memoria. Sin ningún género de dudas, sé que Javier, lector empedernido del género, habría aprobado la elección de la novela como uno de los títulos de esta colección de libros de aventuras que no debería faltar en los estantes de las bibliotecas ni en las mesas de novedades de las librerías.

"Estoy seguro de que Javier Marías observa este texto por encima de mi hombro, sentado en el Pall Mall Clubhouse del Cielo, o del Valhalla"

Nos divertíamos mucho él y yo recordando el tiempo de nuestra infancia o juventud en que leímos por primera vez, entre otras, esta excelente novela de Robert Louis Stevenson. Muchas de nuestras cenas en el restaurante Lucio de Madrid las dedicábamos a rememorar antiguas lecturas, tebeos y películas que conformaron nuestras vidas lectoras y nuestras vidas como escritores. No me acuerdo de si entre todas ellas llegamos a hablar alguna vez de La Flecha Negra. Es muy probable, porque, en lo que a Javier y a mí se refiere, a nuestras tempranas aficiones, este relato resulta absolutamente canónico. Casi me parece advertir su aprobación ahora mismo, mientras golpeo —los viejos escritores no pulsamos, sino que golpeamos— las teclas del ordenador. Estoy seguro de que Javier observa este texto por encima de mi hombro, sentado en el Pall Mall Clubhouse del Cielo, o del Valhalla, o lo de que tenga la eternidad literaria reservado a sus héroes. A la derecha de Stevenson, junto a Conrad, Henry James y Lord Byron, y frente a Jim Hawkins, Guillermo el Travieso y Sherlock Holmes.

Mientras tanto, en espera del lugar más próximo o más lejano que se me asigne —muy lejano, me temo, tampoco es cosa de hacerse ilusiones—, por aquí abajo yo sigo a lo mío, y creo que lo he dicho o escrito en alguna ocasión: para quienes somos mediterráneos y de Cartagena, por aquello del mar y de la Historia, el inglés siempre ha sido el enemigo. Ya saben: Mahón, San Vicente, Gibraltar. La admiración que muchas veces he confesado por sus autores no solapa determinados prejuicios históricos. Para alguien como yo, lector que a diferencia de Javier siempre me he sentido más continental que britanizante, más europeo que anglosajón, la forma en que algunos novelistas de allí escribieron sus libros e hicieron sus películas no siempre me resultó simpática. Sobre todo cuando contaban, siempre barriendo para casa, que en Trafalgar lucharon contra la escuadra francesa y contra algún barco español que pasaba por allí, o que durante la que ellos llaman «guerra peninsular» se comieron sin pelar a las tropas napoleónicas mientras Wellington inventaba un filete para el Savoy de Londres y las guerrillas españolas —caóticos, cobardes, sucios meridionales apestando a ajo— se limitaban a llevarle una botella de manzanilla junto al estribo de la silla de montar. Tampoco me dieron nunca buena espina, por mucho que de jovencito las disfrutara como espectador, sus películas de piratas, con mucho filibustero elegante, honrado y patriota —inglés, naturalmente— y los españoles haciendo siempre de chusma incompetente y cruel, incluido un gobernador tirano con sobrina guapa, eso sí, que siempre acababa enamorada del protagonista.

"La Flecha Negra se inscribe en el paisaje de esas novelas y películas donde los chicos de mi generación aprendimos palabras como lealtad, dignidad, compañerismo, honor…"

De cualquier modo, reconozco una cosa, y esto va a modo de brindis a la memoria de Javier Marías y de R. L. Stevenson: esos malditos ingleses supieron y saben —en estos tiempos un poquito menos, compruebo con perversa satisfacción— ser soldados y pelear. Lo que no resulta bueno ni malo, sino que es un simple hecho objetivo. Y eso ya no lo he leído, ni visto en el cine, ni me lo han contado. Los he visto disciplinados, crueles e implacables, denunciando el juego sucio cuando no son ellos quienes lo practican, en las Malvinas, el Golfo, los Balcanes o donde se terciase. Supongo que la cuestión estriba en que, por tradición, por necesidad histórica, saben hacerse respetar. Cuando cubría para TVE la guerra de la antigua Yugoslavia, los únicos cascos azules que se la jugaban por garantizar mi trabajo y mi acreditación de Naciones Unidas eran los militares británicos; me llevaron a través de Vitez y Gorni Vakuf a base de cebollazos a diestro y siniestro, quemando cartuchos como  si no hubiera un mañana, mientras los españoles —no era culpa suya, seamos justos— se disculpaban diciendo que en Bruselas les habían ordenado que no se metieran en líos ni por periodistas ni por nadie. Pero ésa es otra historia. O tal vez no, porque al fin y al cabo La Flecha Negra se inscribe en el paisaje de esas novelas y películas donde los chicos de mi generación aprendimos palabras como lealtad, dignidad, compañerismo, honor… En aquel tiempo más ingenuo que éste, de cine con bolsa de pipas, de tebeos del Guerrero del Antifaz, de Hazañas bélicas, el Jabato y el Capitán Trueno, de aventuras de la colección Historias o Cadete Juvenil, tales eran los títulos que nos mantenían pegados a los libros como ahora los jóvenes lo están a Minecraft o al videojuego que sea. Y entre ellos, admirables relatos medievales como Con el corazón y la espada, Ivanhoe, Quintín Durward, El talismán y, por supuesto, La Flecha Negra.

Publicada en 1883, la excelente historia que usted, amable lector, se dispone a leer, se desarrolla en la Inglaterra del siglo xv y narra las aventuras de un joven llamado Dick Shelton; quien, junto al misterioso personaje de la Flecha Negra, se ve envuelto en un conflicto entre casas nobles y luchas por el poder en el marco de la legendaria guerra de las Dos Rosas: una guerra civil que enfrentó de manera intermitente a los miembros y partidarios de la casa de Lancaster y los de la casa de York. Ambas familias pretendían el trono de Inglaterra por origen común de la casa de Plantagenet, como descendientes del rey Eduardo III. El nombre «guerra de las Dos Rosas» o «guerra de las Rosas» aludía a los emblemas de ambas casas: la rosa blanca de York y la roja de Lancaster.

"A pesar de los diferentes estilos, todas las películas se esmeraron en captar el tono aventurero y el encanto medieval, el espíritu íntimo de la novela"

Desde su misma publicación, que fue un éxito, la obra fue adaptada a diversos formatos, incluido el cine cuando éste empezó a buscar buenas historias. Las adaptaciones cinematográficas de La Flecha Negra, que fueron varias, consiguieron siempre respetar la esencia de la novela, que combina con hábil técnica narrativa —Stevenson conocía su oficio— elementos de aventura, romance y la sempiterna, incansable, lucha entre el bien y el mal, sumergiendo a los espectadores en un fascinante mundo de caballeros, castillos y conflictos épicos.

La primera adaptación al cine se hizo en el año 1948, en producción británica dirigida por William Russell. La narrativa siguió muy de cerca la novela original, con gran respeto hacia la trama, centrándose en la historia de Dick Shelton y su lucha por la justicia en medio de la guerra civil. Aunque la película no resultó un éxito comercial, se valoró por su extrema fidelidad a la obra de Stevenson. Dos años después, otra adaptación británica se emitió en la televisión, que era importante novedad en ese momento, dirigida por el reconocido director de teatro y cine Henry Cass. Ya en los años 70, una nueva adaptación televisiva fue producida por la BBC en forma de magnífica serie, que esta vez cosechó un éxito sin precedentes. Un poco más tarde, a mediados de los 80, se estrenó una nueva y dinámica versión. Y el último intento cinematográfico fue The Black Arrow, una interesante película rodada en 1993 con mucha acción, emoción y algún que otro guiño de humor a tono con los tiempos.

A pesar de los diferentes estilos, todas las películas se esmeraron en captar el tono aventurero y el encanto medieval, el espíritu íntimo de la novela. Con espadas, intrigas y oportunos toques de sentimiento y romance, cada versión tuvo sus propios valores y constituyen, todas ellas, recomendables aproximaciones a la historia original. Sin embargo, por encima de todas, la punta de la flecha negra que sigue deslumbrando, que silba veloz al cortar el aire, es la del texto excelente que Robert Louis Stevenson imaginó y escribió, convirtiendo este magnífico relato histórico en una aventura inolvidable.

——————————

Autor: R. L. Stevenson. Título: La fecha negra. Traducción: H. C. Granch.

Editorial: Zenda-Edhasa. VentaAmazon.

4.7/5 (139 Puntuaciones. Valora este artículo, por favor)
Notificar por email
Notificar de
guest

3 Comentarios
Antiguos
Recientes Más votados
Feedbacks en línea
Ver todos los comentarios
ricarrob
ricarrob
7 ddís hace

Antiguas lecturas de mi niñez y juventud. La leí tiempo ha, en una época en la que todavía se admiraba a los héroes, en la que la niñez, sin móviles, videoconsolas y otros artilugios del diablo no perturbaban los juegos de canicas; en las que el tiempo pasaba muy lento esperando la siguiente publicación semanal del Capitán Trueno.

Esta sociedad ha convertido a los niños en operadores de consola.

“Lealtad, dignidad, compañerismo, honor”. Tiempos pasados donde estas cosas eran virtudes y eran importantes. Quizás nada represente más la decadencia moral que vivimos que estas obras de la literatura que deben ser recordadas y leídas. Además, son todo un disfrute.

Aguijón
Aguijón
7 ddís hace

Confieso don Arturo que, como usted, no soy de los que ven con demasiada simpatía a los británicos, pero ambos debemos reconocer que, en la mayoría de las ocasiones, cuando hacen algo se internacionaliza de modo casi automático.
No sé porqué será así pero lo cierto es que lo es.
Vea por ejemplo el Tenis, a la pelota se jugaba en muchos sitios y de muy diferentes formas pero ninguna ha alcanzado la dimensión del Tenis y eso es en gran parte por la mano británica en su reglamento.
Aquí la “pelota vasca” que fue deporte nacional de España parece que vive en una cacicada continua que se ha extendido hasta los mundiales.
De literatura británica no opino, simplemente me dejo a aconsejar por el maestro.
Un saludo y ánimo en lo suyo, yo también creo que algún poeta, de los de verdad, que escriben hasta con signos de puntuación, debería formar parte de la Academia.

quiensabe
quiensabe
7 ddís hace

El autor y su amigo me llevan diez años, pero en aquellos tiempos -mediado el siglo pasado- ese lapso cronológico apenas se distinguía. He leído cuanto menciona y he disfrutado de igual manera, supongo. Nací sin televisión y cuando mis padres compraron una, tenía la costumbre de leer las adaptaciones literarias; La flecha negra, en concreto, cuando vi la serie de los 70.
En cuanto a los ingleses, no seamos hipócritas: como todo el mundo han intentando arrimar el ascua a su sardina. La diferencia, sin embargo, es que suelen alcanzar más el éxito que la mayoría. Y eso jode. Al mismo tiempo, coincido con el señor Reverte, son gente dura en la batalla, difíciles, muy difíciles de batir. Lo único que no me gusta de las islas -peco de falta de originalidad, lo admito- es el tiempo.