Respetado Don Pío:
Llevo bastante tiempo queriendo escribir esta carta, y no lo hacía, me costaba mucho arrancar, no sé muy bien por qué. Siempre te he leído bastante, sobre todo en otras épocas, y ahora he vuelto a frecuentar tus libros con la idea de escribirte una carta. Me he encontrado lo que ya conocía pero había olvidado, o mejor dicho aquello que tenía aletargado, pues ya digo que te he leído bastante. Yo diría que te he leído mucho, pero esto dicho de un escritor que ha escrito tanto, más de cien libros si no me equivoco, no es decir demasiado. He leído bastantes de tus novelas, y todos los tomos de tus memorias, pero al lado de lo que escribiste me temo que no he leído “mucho”.
Por ejemplo, Zalacaín el aventurero, que yo creo que fue el primer libro tuyo que leí, lo disfruté con doce o trece años en el colegio. Luego vino Las inquietudes de Shanti Andía, preciosa novela, que leí también en el colegio, con catorce. El tercer libro creo que fue El árbol de la ciencia. Me acuerdo que me lo llevé a un viaje de estudios a Inglaterra, aunque debo reconocer que no leí mucho entonces, me dedicaba a otras cosas; pero es cierto que el libro viajó conmigo a Inglaterra y lo recuerdo muy bien en la mesilla de noche de aquella casa.
Creo que lo leí después, y es uno de mis libros, de los tuyos, favoritos. También me gustó mucho César o nada, que lo leí en la carrera de Filología Hispánica. Me lo mandó leer el que luego sería mi director de tesis, mi querido J. Ignacio Díez. Recuerdo que me dijo, puede ser que en el examen oral que nos hizo, que la había mandado pensando en que leyéramos algo más original que las novelas más famosas de Baroja. Lo cierto es que César o nada me gustó mucho, y el protagonista, César, me impresionó.
Luego he leído otros libros tuyos y los sigo leyendo. El último en leerlo completo me parece que fue El aprendiz de conspirador, novela que leí para escribir un artículo que hice sobre ti en Zenda, hace no mucho. Esta novela pertenece a las Memorias de un hombre de acción, y yo tenía mucho interés en leer una novela de estas Memorias novelescas de tu antepasado Avinareta.
Siempre se te lee bien. Eres ameno; tu obsesión era ser ameno y lo conseguiste. Decías que no sabías bien dónde estaba el secreto de la amenidad, si en el fondo, si en el tema, si en el estilo… pero tú siempre perseguiste este objetivo. Y antes, como lector, buscaste lo ameno en tus amadas novelas, en tus queridos folletines; seguramente ahí aprendiste ese “secreto” que no estaba en ninguna parte, pero que tú lo veías, lo disfrutabas y lo aprehendías leyendo todos esos libros que te apasionaban desde chico: Dickens, Sue, Dumas… Por ellos al final te hiciste escritor.
Me acuerdo ahora de las clases de “La Generación del 98” del profesor Javier Huerta Calvo en la carrera, y cómo nos decía este profesor que a ti el estilo te preocupaba muy poco, y que lo que más te preocupaba era la imaginación. Hacías capítulos cortos, párrafos cortos, mucho diálogo… todo según tu preocupación ya declarada de no aburrir. Lo conseguiste.
Tanto que lo sigues logrando. Hace poco, muy poco, en una comida con Raúl del Pozo y el ingeniero Rafael Ramonet, hablando de literatura, les decía que en general a los clásicos se les lee muy poco, aparte de los profesores y los estudiantes, y yo me atrevería a decir que no todos los estudiantes, ni mucho menos. Les dije a Raúl y a Rafael: “¿Quién lee hoy a Jorge Guillén, a Azorín, a Pío Baroja…?” Cité unos cuantos grandes escritores. Y Raúl me interrumpió: “A Baroja sí lo leen”.
Y es muy posible que éste sea el origen, o uno de los orígenes de esta carta, aunque es verdad que yo quería escribirla desde hace tiempo. Era un compromiso que teníamos tú y yo, autor y lector.
¡Cómo te gustaba la aventura! Tenías el ideal del hombre de acción, y te hubiera gustado serlo, pero sospecho que si lo hubieras sido verdaderamente no te habría gustado tanto. Seguro que el hombre de acción también tiene sus rutinas y, a su manera, sus aburrimientos y servidumbres. Además, yo creo que tú también lo fuiste de algún modo, porque viajaste para ver mundo, conocerlo y luego escribirlo; te movías para documentarte para tus novelas, y entraste en contacto con gente muy interesante.
De esto hay huellas en tus novelas y en tus memorias, que leí completas en su día, Desde la última vuelta del camino, estupendas. Me acuerdo con qué ilusión las encargué al Círculo de Lectores cuando las editaron.
Por otro lado, como cuenta E. Inman Fox en la introducción de Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre Paradox, introducías pasajes autobiográficos en tus novelas, incluso me atrevo a decir que sucesos, vivencias, anécdotas que estabas viendo en el momento de escribirlas, como el que pinta la vida del natural. Por no hablar de paisajes. Tú venías a decir que no, pero sí eras un artista, a tu manera, y muy grande. Creo recordar que Galdós decía que él era capaz de demostrar que en tus libros había mucho estilo.
Y sí que lo había, el tuyo, tan personal. Un estilo ágil, capaz de pintar cualquier cosa con una pincelada, o con muy pocas. No te gustaba lo prolijo, te gustaba que la novela avanzara, que se leyera bien, y lo conseguiste.
Escribiste muchísimas. A veces, cuando veo tus libros, los que no he leído, siento vértigo. ¿Cuál leer ahora? ¿Con cuál me atrevo? Son tantos. Ya digo, más de cien si no erro mucho el número. Si no recuerdo mal el mismo profesor Javier Huerta Calvo, ya citado, me dijo una vez que eras el mejor novelista español del siglo XX. Y muy propio, muy personal.
Recuerdo hace muchos años que escribí un reportaje para Expansión y el profesor Santos Sanz Villanueva, que también fue profesor mío, y me dijo lo mucho que les gustaba a sus alumnos Baroja, más que otros autores más atildados (en el estilo), digamos, aunque también muy admirados por mí. No hay por qué comparar, sino quedarse con lo que más nos gusta y al final aprender de todo.
Ahora no sé qué novela leer. Pensaba empezar La casa de Aizgorri, aunque también le he echado el ojo a Los pilotos de altura, El torbellino del mundo y, quizá la que más me apetezca ahora, Las tragedias grotescas. Eres un escritor inabarcable, o difícilmente abarcable. Pero también eres un escritor para disfrutar. Hace muy poco me decía mi madre que habías hecho mucho por la iniciación a la lectura de mucha gente. No en vano nosotros, en mi colegio, también te empezamos a leer de niños. Cómo olvidar, ya digo, las maravillosas Zalacaín y Las inquietudes de Shanti Andía.
Me da la impresión de que vivías escribiendo, y escribías viviendo. ¡Qué hermoso es esto! Además, eres un maestro del arte de novelar. Yo aprendo de ti. Ahora estoy escribiendo una novela y me fijo en cómo lo hacías. En tu agilidad, en tu dinamismo. Los escritores de hoy podemos aprender mucho de ti. Y aprendemos. Gracias, Don Pío.
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